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Unos besan las sienes, otros besan las manos,
otros besan los ojos, otros besan la boca.
Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.
Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
la condición divina en el pecho de un fuerte,
el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
¡como al golpe de viento las columnas de humo!
La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
haga noble tu pecho, generosa tu falda,
y más hondos los surcos creadores de tus sesos.
¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine
te encienda al rojoblanco, y te arda, y te calcine
hasta el seco ramaje de los pálidos huesos!
Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
.
mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible
.
mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos
.
mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
.
no haya telón
ni abismos
.
mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.
Podría tomarte en este momento, acariciar tus manos, mirarte a los ojos y hacer que perdieras incluso la memoria.
Podría suspirar a tu lado mirando el atardecer y caer en los mismos lugares en que han caído otros, permitir que el romance lo hiciera la circunstancia más que la esencia, limitar mi enorme presencia a una postal para vender en la estación del metro Tasqueña junto a los terribles versos de Gelman o los cometidos por Benedetti.
Podría subrayar que la conciencia es limitada y que los bordes por los que se filtra tu imagen, tu memoria, tu presencia en mi mente son lo bastante amplios como para construir una preocupación a cualquier ingeniero, como para que entres completa, tu alma, tu mente, tu historia.
Podría edificar una mansión con todo lo que te he dicho siempre y llevarte a vivir a ella, para que vieras lo que es la vida conmigo y aprendieras a diferenciarla de la vida sin mí, para que en cada momento de tu respiración, en cada respiro de tu aliento.
Podría salir de los sepulcros, bajar del cielo, morir en tus manos caminar en tu frente y despreciar al tiempo.
Podría entrar en tu casa cruzar el pasillo y llegar hasta aquí, donde me lees… filtrarme de alguna forma, como gota para humectar tu ojo izquierdo, siempre el izquierdo, y negar lo que he sido, olvidar lo que me he vuelto, empezarlo todo de nuevo orbitando en la pupila infinita que me sigue.
Podría hacer todo eso…
Podría hacer…
Podría.
Miss X, sí, la menuda Miss Equis,
llegó, por fin, a mi esperanza:
alrededor de sus ojos,
breve, infinita, sin saber nada.
Es ágil y limpia como el viento
tierno de la madrugada,
alegre y suave y honda
como la yerba bajo el agua.
Se pone triste a veces
con esa tristeza mural que en su cara
hace ídolos rápidos
y dibuja preocupados fantasmas.
Yo creo que es como una niña
preguntándole cosas a una anciana,
como un burrito atolondrado
entrando a una ciudad, lleno de paja.
Tiene también una mujer madura
que le asusta de pronto la mirada
y se le mueve dentro y le deshace
a mordidas de llanto las entrañas.
Miss X, sí, la que me ríe
y no quiere decir cómo se llama,
me ha dicho ahora, de pie sobre su sombra,
que me ama pero que no me ama.
Yo la dejo que mueva la cabeza
diciendo no y no, que así me cansa,
y mi beso en su mano le germina
bajo la piel en paz semilla de alas.
Ayer la luz estuvo
todo el día mojada,
y Miss X salió con una capa
sobre sus hombros, leve, enamorada.
Nunca ha sido tan niña, nunca
amante en el tiempo tan amada.
El pelo le cayó sobre la frente,
sobre sus ojos, mi alma.
La tomé de la mano, y anduvimos
toda la tarde de agua.
¡Ah, Miss X, Miss X, escondida
flor del alba!
Usted no la amará, señor, no sabe.
Yo la veré mañana.