jueves, 5 de noviembre de 2015

Futura

Siempre viviendo a destiempo
Una hora mas, una hora menos
Recordando y viviendo
horas felices que aun no son
besos que fueron
abrazos que se quedaron
en el presente.
Haz comenzado a querer
a los que aun no llegan
y el ahora te esta quedando corto
porque quieres volar hacia el futuro.
Deseas que los años sean minutos,
tu vida ha sido siempre tan fugaz.
El miedo de no volver a mirar esos ojos
de quien mas amas
de no escuchar su voz por ultima vez
No temas morir, futura
el destino siempre te lleva de su mano
No temas vivir, futura
Se que deseas tanto como yo encontrarle
y decirle que han vivido muy felices juntos
en una casa que aun no existe 
con personas que no han nacido
con tardes que no han pasado
Pero, futura
nada esta en tus manos
todo pasara.

sábado, 5 de junio de 2010

Todo - Bukowski -

Los muertos no necesitan
aspirina o
tristeza
supongo. pero quizas necesitan
lluvia.
zapatos no
pero un lugar donde
caminar. cigarrillos no,
nos dicen,
pero un lugar donde
arder. O nos dicen:
Espacio y un lugar para
volar,
da
igual. los muertos no me
necesitan. ni los
vivos. pero quizas los muertos se necesitan
unos a
otros. En realidad, quizas necesitan
todo lo que nosotros
necesitamos y
necesitamos tanto
Si solo supieramos
que
es. probablemente
es
todo y probablemente
todos nosotros moriremos
tratando de
conseguirlo o moriremos porque no
lo
conseguimos. Espero que
cuando yo este muerto
comprendais que consegui
tanto
como
pude.

jueves, 25 de febrero de 2010

Accidental - J.A.S.

-Hola- Ella sin voltear, ensimismada en los cuerpos que llevan los de cruz roja responde -Nada, viendo los muertos- La sangre esta regada sobre el pavimento, hay una mujer que llora, es evidente el cinismo y desinterés de los voyeristas congregados -Viviana...- hablo tímidamente -...estoy enamorado de tí- Sorprendida gira su cuerpo y ve directo mi cara -¿Cómo que enamorado de mi?- Un patrullero se acerca al público, pregunta si hay alguien que conozca a los del choque. -¡Yo señor!- Respondo. Viviana queda en silencio, expectante, solo observa lo que sucede. -¿A quien conoce usted joven?- Y yo, como buscando un as en los bolsillos esculque el ingenio y respondí bruscamente -A todos. Ese de allá, el de la boina marrón que esta al volante es Eros, el niño sobre el parachoques, Cupido, y la mujer que ha quedado inconciente, Helena- El oficial, sin percatar mi nula relación con los accidentados y que todo trataba de un mero halago a quien momentos antes le había otorgado mi amor, tomó nota y me pidió lo acompañara mientras alguien reclamara a los fallecidos. Sujete de la mano a Viviana -Cuando el amor a una persona escapa de nuestro límite, como el aire de un globo cuando explota, es flagelante no poseerlo. A ti te he amado siempre, mas no pude contenerme, imposible esperar y vengo a confesarte aquí, en el momento cualquiera, que te amo- Subo a la última ambulancia, nos siguen un par de patrullas. Dos minutos después tomo mi celular y le mando un mensaje a Viviana para despedirme.

El hornitorinco - J.A.S.

Hola niña hermosa:

Ayer tenia ciertas ganas de conocer a un hornitorinco. Nunca he visto un animal de esos, solo en el Discovery Channel pero eso no cuenta. En este lugar paradisiaco (já!) solo te llegas a encontrar palomas de iglesia, pinacates malolientes y si tienes algo de suerte, un camaleon que no cambia de color (a menos claro que lo ahorques, se pone morado, si lo tuestas, enegrece y si lo pisas se pone rojo). Me dijo doña Wikipedia que encuentro esos animalejos en un lugar llamado Australia, ya no lei más, me dio flojera. Asi, en un afan investigador me puse a buscar en la seccion amarilla a ese tal lugar llamado Australia. Encontré; Pisos y azulejos Autralia, Articulos campistas Australia, Chongoz Zamoranos Autralia y Autralia Comida Campirana. Anoté en un viejo ticket las cuatro direcciones de dichos lugares y me fui en busca de ellos. 

Llegué como a las seis a los pisos y azulejos, me atendió una linda señorita que me pregunto primeramente si estaba en plan de remodelar mi casa, le dije que no. Tenemos en oferta azulejos para baño que nos acaban de llegar, hay de varios diseños, me dijo. Puse cara de extrañado y le pregunte por alguien que me pudiera atender y no contarme comerciales. Me hizo cara de mala onda y le llamo a un tipo de corbata que estaba por ahi cerca. El hombre, que estaba ocupadisimo picandose la nariz, se limpio tan rapido como pudo y se acerco a mi. ¿En que podemos servirle joven? Y aprovechando su pregunta le dije que andaba buscando un hornitorinco. Puso cara de pendejo, le dio un poco de risa y luego le dijo a la señorita que me atendio al principio: Margarita, ¿Como ves? este anda buscando un hornitorinco.

Luego luego me fui a los siguientes locales y casi fue la misma mecanica, a diferencia que en los changos zamoranos una señora de edad avanzada me pregunto de que se trataba eso. Le dije que era un animal y me dijo que posiblemente sabrian algo de eso en la Veterinaria de los Torres, en el centro. Le di las gracias y parti a la veterinaria.

Bendita suerte la mia, pues cuando pregunte en la veterinaria me dijeron que tenian uno, que en todo México no hiba a encontrar un solo ejemplar, tons era una cosa exclusivisima. No dije nada mas pues ellos ya me llevaban a un cuarto trasero a ver ese animal extraño. 

Encendieron la luz de un cuarto que cuando se hizo visible se mostro vacio y cerraron la puerta. Pregunte una vez por el hornitorinco, pero antes de que terminara de parlar mi cuetion senti un fuerte golpe en la cabeza.

Un segundo despues me vi en un lugar distinto; era un lugar selvatico, con grandes plantas y flores, musicalizado por cantos, aves, insectos, un gran rio, monos en los arboles y yo. De pronto, en el agua un leve movimiento. Una cosa parduzca se movia alla bajo. Era... era... era... un hornitorinco!. ¡Bingo! Habia dado con el animal ese y el hecho de estar en medio de una Lacandona me valia madres, yo ya estaba bien emocionado con el pato-topo. Dicha cosa salio del agua, me vio fijamente y con una voz tierna me dijo: ¡Ora cabron!, ¡Tu cartera! ¿Donde chingaos esta tu cartera? ¡Rapido, el celular, el cinto, sus llaves! 

Reaccione. ¡Cual pinche hornitorinco ni que nada¡, ¡los putos veterinarios me estaban agandallando!, el madrazo me hizo alucinar ¡puta madre!

Pero fue tarde para despertar, esos hijos de la chingada ya se habian ido, ni siquiera eran veterinarios, el local donde estaban tampoco era de ellos y pa acabarla de amolar, al verdadero veterinario le robaron unos sweters para perro y como a mi hayaron en la escena del crimen, tuve que pagarlos y pase doce horas en la preventiva. 

Ni modo, asi pasa. Al menos vi al hornitorinco.

Con cariño, J.

domingo, 14 de febrero de 2010

Puedo escribir los versos más tristes esta noche - Pablo Neruda -

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como esta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque este sea el ultimo dolor que ella me causa,
y estos sean los ultimos versos que yo le escribo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Oscuridad hermosa - Gonzalo Rojas -

Anoche te he tocado y te he sentido
sin que mi mano huyera más allá de mi mano,
sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:
de un modo casi humano
te he sentido.

Palpitante,
no sé si como sangre o como nube errante,
por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,
oscuridad que baja, corriste, centelleante.

Corriste por mi casa de madera
sus ventanas abriste
y te sentí latir la noche entera,
hija de los abismos, silenciosa,
guerrera, tan terrible, tan hermosa
que todo cuanto existe,
para mí, sin tu llama, no existiera.

Endecha - Mario Rivero -

Estábamos perdidos
cuando nos encontramos
en aquel retraso de aeropuerto.

Yo estaba lleno de noche y de frío,
aunque había pasado tres días
en el "San Francisco",
con una muchacha de nalgas redondas.

Tu creíste que yo era un camionero.
Admiraste la vulgaridad de mi estilo
y me amaste por ello.
-No lo era.-

Yo creí que tú eras una princesa,
que arrastraba hasta mí su aburrimiento.
-Y es verdad.-

Como es verdad que seguimos estando perdidos.
Yo, por no poder soportar la realeza,
tú, por no saber nunca lo que estás haciendo.

martes, 14 de julio de 2009

Espero -Mario Benedetti-

Te espero cuando la noche se haga día,
suspiros de esperanzas ya perdidas.
No creo que vengas, lo sé,
sé que no vendrás.
Sé que la distancia te hiere,

sé que las noches son más frías,
Sé que ya no estás.
Creo saber todo de ti.
Sé que el día de pronto se te hace noche:
sé que sueñas con mi amor, pero no lo dices,
sé que soy un idiota al esperarte,
Pues sé que no vendrás.
Te espero cuando miremos al cielo de noche:
tu allá, yo aquí, añorando aquellos días
en los que un beso marcó la despedida,
Quizás por el resto de nuestras vidas.
Es triste hablar así.
Cuando el día se me hace de noche,
Y la Luna oculta ese sol tan radiante.
Me siento sólo, lo sé,
nunca supe de nada tanto en mi vida,
solo sé que me encuentro muy sólo,
y que no estoy allí.
Mis disculpas por sentir así,
nunca mi intención ha sido ofenderte.
Nunca soñé con quererte,
ni con sentirme así.
Mi aire se acaba como agua en el desierto.
Mi vida se acorta pues no te llevo dentro.
Mi esperanza de vivir eres tu,
y no estoy allí.
¿Por qué no estoy allí?, te preguntarás,
¿Por qué no he tomado ese bus que me llevaría a ti?
Porque el mundo que llevo aquí no me permite estar allí.
Porque todas las noches me torturo pensando en ti.
¿Por qué no solo me olvido de ti?
¿Por qué no vivo solo así?
¿Por qué no solo....


Asunción de tí -Mario Benedetti-



Quién hubiera creído que se hallaba 
sola en el aire, oculta, 
tu mirada. 
Quién hubiera creído esa terrible 
ocasión de nacer puesta al alcance 
de mi suerte y mis ojos, 
y que tú y yo iríamos, despojados 
de todo bien, de todo mal, de todo, 
a aherrojarnos en el mismo silencio, 
a inclinarnos sobre la misma fuente 
para vernos y vernos 
mutuamente espiados en el fondo, 
temblando desde el agua, 
descubriendo, pretendiendo alcanzar 
quién eras tú detrás de esa cortina, 
quién era yo detrás de mí. 
Y todavía no hemos visto nada. 
Espero que alguien venga, inexorable, 
siempre temo y espero, 
y acabe por nombrarnos en un signo, 
por situarnos en alguna estación 
por dejarnos allí, como dos gritos 
de asombro. 
Pero nunca será. Tú no eres ésa, 
yo no soy ése, ésos, los que fuimos 
antes de ser nosotros. 
Eras sí pero ahora 
suenas un poco a mí. 
Era sí pero ahora 
vengo un poco a ti. 
No demasiado, solamente un toque, 
acaso un leve rasgo familiar, 
pero que fuerce a todos a abarcarnos 
a ti y a mí cuando nos piensen solos. 



Hemos llegado al crepúsculo neutro 
donde el día y la noche se funden y se igualan. 
Nadie podrá olvidar este descanso. 
Pasa sobre mis párpados el cielo fácil 
a dejarme los ojos vacíos de ciudad. 
No pienses ahora en el tiempo de agujas, 
en el tiempo de pobres desesperaciones. 
Ahora sólo existe el anhelo desnudo, 
el sol que se desprende de sus nubes de llanto, 
tu rostro que se interna noche adentro 
hasta sólo ser voz y rumor de sonrisa. 



Puedes querer el alba 
cuando ames. 
Puedes 
venir a reclamarte como eras. 
He conservado intacto tu paisaje. 
Lo dejaré en tus manos 
cuando éstas lleguen, como siempre, 
anunciándote. 
Puedes 
venir a reclamarte como eras. 
Aunque ya no seas tú. 
Aunque mi voz te espere 
sola en su azar 
quemando 
y tu dueño sea eso y mucho más. 
Puedes amar el alba 
cuando quieras. 
Mi soledad ha aprendido a ostentarte. 
Esta noche, otra noche 
tú estarás 
y volverá a gemir el tiempo giratorio 
y los labios dirán 
esta paz ahora esta paz ahora. 
Ahora puedes venir a reclamarte, 
penetrar en tus sábanas de alegre angustia, 
reconocer tu tibio corazón sin excusas, 
los cuadros persuadidos, 
saberte aquí. 
Habrá para vivir cualquier huida 
y el momento de la espuma y el sol 
que aquí permanecieron. 
Habrá para aprender otra piedad 
y el momento del sueño y el amor 
que aquí permanecieron. 
Esta noche, otra noche 
tú estarás, 
tibia estarás al alcance de mis ojos, 
lejos ya de la ausencia que no nos pertenece. 
He conservado intacto tu paisaje 
pero no sé hasta dónde está intacto sin ti, 
sin que tú le prometas horizontes de niebla, 
sin que tú le reclames su ventana de arena. 
Puedes querer el alba cuando ames. 
Debes venir a reclamarte como eras. 
Aunque ya no seas tú, 
aunque contigo traigas 
dolor y otros milagros. 
Aunque seas otro rostro 
de tu cielo hacia mí.


martes, 9 de junio de 2009

Alguna vez te alcanzara el sonido -Rubén Bonifaz Nuño-

Alguna vez te alcanzará el sonido
de mi apagado nombre, y nuevamente
algo en tu ser me sentirá presente:
más no tu corazón; sólo tu oído.

Una pausa en la música sin ruido
de tu luz ignorada, inútilmente
ha de querer salvar mi afán doliente
de la amorosa cárcel de tu olvido.

Ningún recuerdo quedará en tu vida
de lo que fuera breve semejanza
de tu sueño y mi nombre y la belleza.

Porque en tu amor no alentará la herida
sino la cicatriz, y tu esperanza
no querrá saber más de mi tristeza.

sábado, 23 de mayo de 2009

Pasion -Alfonsina Storni-

Unos besan las sienes, otros besan las manos,
otros besan los ojos, otros besan la boca.
Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
la condición divina en el pecho de un fuerte,
el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
¡como al golpe de viento las columnas de humo!

La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
haga noble tu pecho, generosa tu falda,
y más hondos los surcos creadores de tus sesos.

¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine
te encienda al rojoblanco, y te arda, y te calcine
hasta el seco ramaje de los pálidos huesos!

viernes, 22 de mayo de 2009

Tactica y estrategia -Benedetti-

Mi táctica es 
mirarte 
aprender como sos 
quererte como sos 

mi táctica es 
hablarte 
y escucharte 
construir con palabras 
un puente indestructible 

mi táctica es 
quedarme en tu recuerdo 
no sé cómo ni sé 
con qué pretexto 
pero quedarme en vos 

mi táctica es 
ser franco 
y saber que sos franca 
y que no nos vendamos 
simulacros 
para que entre los dos 

no haya telón 
ni abismos 

mi estrategia es 
en cambio 
más profunda y más 
simple 
mi estrategia es 
que un día cualquiera 
no sé cómo ni sé 
con qué pretexto 
por fin me necesites.

domingo, 17 de mayo de 2009

Oportunidad perdida -D.M.C-

Podría tomarte en este momento, acariciar tus manos, mirarte a los ojos y hacer que perdieras incluso la memoria.

Podría suspirar a tu lado mirando el atardecer y caer en los mismos lugares en que han caído otros, permitir que el romance lo hiciera la circunstancia más que la esencia, limitar mi enorme presencia a una postal para vender en la estación del metro Tasqueña junto a los terribles versos de Gelman o los cometidos por Benedetti.

Podría subrayar que la conciencia es limitada y que los bordes por los que se filtra tu imagen, tu memoria, tu presencia en mi mente son lo bastante amplios como para construir una preocupación a cualquier ingeniero, como para que entres completa, tu alma, tu mente, tu historia.

Podría edificar una mansión con todo lo que te he dicho siempre y llevarte a vivir a ella, para que vieras lo que es la vida conmigo y aprendieras a diferenciarla de la vida sin mí, para que en cada momento de tu respiración, en cada respiro de tu aliento.

Podría salir de los sepulcros, bajar del cielo, morir en tus manos caminar en tu frente y despreciar al tiempo.

Podría entrar en tu casa cruzar el pasillo y llegar hasta aquí, donde me lees… filtrarme de alguna forma, como gota para humectar tu ojo izquierdo, siempre el izquierdo, y negar lo que he sido, olvidar lo que me he vuelto, empezarlo todo de nuevo orbitando en la pupila infinita que me sigue.
Podría hacer todo eso…
Podría hacer…
Podría.

sábado, 9 de mayo de 2009

Miss X -Jaime Sabines-

Miss X, sí, la menuda Miss Equis, 
llegó, por fin, a mi esperanza: 
alrededor de sus ojos, 
breve, infinita, sin saber nada. 
Es ágil y limpia como el viento 
tierno de la madrugada, 
alegre y suave y honda 
como la yerba bajo el agua. 
Se pone triste a veces 
con esa tristeza mural que en su cara 
hace ídolos rápidos 
y dibuja preocupados fantasmas. 
Yo creo que es como una niña 
preguntándole cosas a una anciana, 
como un burrito atolondrado 
entrando a una ciudad, lleno de paja. 
Tiene también una mujer madura 
que le asusta de pronto la mirada 
y se le mueve dentro y le deshace 
a mordidas de llanto las entrañas. 
Miss X, sí, la que me ríe 
y no quiere decir cómo se llama, 
me ha dicho ahora, de pie sobre su sombra, 
que me ama pero que no me ama. 
Yo la dejo que mueva la cabeza 
diciendo no y no, que así me cansa, 
y mi beso en su mano le germina 
bajo la piel en paz semilla de alas. 
Ayer la luz estuvo 
todo el día mojada, 
y Miss X salió con una capa 
sobre sus hombros, leve, enamorada. 
Nunca ha sido tan niña, nunca 
amante en el tiempo tan amada. 
El pelo le cayó sobre la frente, 
sobre sus ojos, mi alma. 

La tomé de la mano, y anduvimos 
toda la tarde de agua. 

¡Ah, Miss X, Miss X, escondida 
flor del alba! 

Usted no la amará, señor, no sabe. 
Yo la veré mañana.



domingo, 26 de abril de 2009

Ah,sí -Bukowski-

Existen cosas peores que
estar solo
pero a menudo lleva décadas
darse cuenta
y la mayoría de las veces
cuando lo hacés
es demasiado tarde
y no hay nada más terrible
que
demasiado tarde.

viernes, 24 de abril de 2009

Los locos siempre han amado -Bukowski-

Y los subnormales 
a lo largo de párvulos 
primaria 
secundaria 
universidad 
los no queridos 
se prendían 
de mí. 
los mancos 
los epilépticos 
los tartamudos 
los tuertos, 
cobardes 
misántropos 
asesinos 
fenómenos 
y ladrones. 
en el trabajo y en 
el ocio 
siempre atraje 
a los indeseables. me encontraban 
y se prendían de mí. aún lo 
hacen. 
ahora en este vecindario 
hay uno que me ha 
encontrado. 
él merodea 
empujando un carrito de supermercado 
lleno de basura: 
latas abolladas, cintas de zapatos, 
bolsas vacías de papas fritas, 
envases de leche, periódicos, portaplumas… 
“hey, cuate, cómo estás?” 
me detengo y conversamos 
un rato 
luego me despido 
pero él 
me sigue. 
paso las cantinas 
y los burdeles… 
“manténme informado, 
cuate, manténme informado, 
quiero saber qué pasa.” 
él es mi novedad. 
nunca lo he visto 
conversar 
con nadie más. 
el carrito traquetea 
un momento 
detrás de mí 
entonces algo 
cae. 
él se detiene 
para recogerlo. 
entretanto yo 
camino por 
la puerta principal 
del hotel verde de la esquina 
cruzo a lo largo 
del vestíbulo 
y salgo por la puerta 
trasera 
hay un gato 
enmierdándolo todo ahí dentro 
absolutamente encantador, 
me sonríe.


martes, 3 de marzo de 2009

Instrucciones para llorar -Julio Cortázar-


Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

FIN

Berenice - Edgar Allan Poe-


La desdicha es diversa. La desgracia cunde multiforme sobre la tierra. Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris, sus colores son tan variados como los de éste y también tan distintos y tan íntimamente unidos. ¡Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris! ¿Cómo es que de la belleza he derivado un tipo de fealdad; de la alianza y la paz, un símil del dolor? Pero así como en la ética el mal es una consecuencia del bien, así, en realidad, de la alegría nace la pena. O la memoria de la pasada beatitud es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis que pudieron haber sido.

Mi nombre de pila es Egaeus; no mencionaré mi apellido. Sin embargo, no hay en mi país torres más venerables que mi melancólica y gris heredad. Nuestro linaje ha sido llamado raza de visionarios, y en muchos detalles sorprendentes, en el carácter de la mansión familiar en los frescos del salón principal, en las colgaduras de los dormitorios, en los relieves de algunos pilares de la sala de armas, pero especialmente en la galería de cuadros antiguos, en el estilo de la biblioteca y, por último, en la peculiarísima naturaleza de sus libros, hay elementos más que suficientes para justificar esta creencia.

Los recuerdos de mis primeros años se relacionan con este aposento y con sus volúmenes, de los cuales no volveré a hablar. Allí murió mi madre. Allí nací yo. Pero es simplemente ocioso decir que no había vivido antes, que el alma no tiene una existencia previa. ¿Lo negáis? No discutiremos el punto. Yo estoy convencido, pero no trato de convencer. Hay, sin embargo, un recuerdo de formas aéreas, de ojos espirituales y expresivos, de sonidos musicales, aunque tristes, un recuerdo que no será excluido, una memoria como una sombra, vaga, variable, indefinida, insegura, y como una sombra también en la imposibilidad de librarme de ella mientras brille el sol de mi razón.

En ese aposento nací. Al despertar de improviso de la larga noche de eso que parecía, sin serlo, la no-existencia, a regiones de hadas, a un palacio de imaginación, a los extraños dominios del pensamiento y la erudición monásticos, no es raro que mirara a mi alrededor con ojos asombrados y ardientes, que malgastara mi infancia entre libros y disipara mi juventud en ensoñaciones; pero sí es raro que transcurrieran los años y el cenit de la virilidad me encontrara aún en la mansión de mis padres; sí, es asombrosa la paralización que subyugó las fuentes de mi vida, asombrosa la inversión total que se produjo en el carácter de mis pensamientos más comunes. Las realidades terrenales me afectaban como visiones, y sólo como visiones, mientras las extrañas ideas del mundo de los sueños se tornaron, en cambio, no en pasto de mi existencia cotidiana, sino realmente en mi sola y entera existencia.

Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la heredad paterna. Pero crecimos de distinta manera: yo, enfermizo, envuelto en melancolía; ella, ágil, graciosa, desbordante de fuerzas; suyos eran los paseos por la colina; míos, los estudios del claustro; yo, viviendo encerrado en mí mismo y entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa meditación; ella, vagando despreocupadamente por la vida, sin pensar en las sombras del camino o en la huida silenciosa de las horas de alas negras. ¡Berenice! Invoco su nombre... ¡Berenice! Y de las grises ruinas de la memoria mil tumultuosos recuerdos se conmueven a este sonido. ¡Ah, vívida acude ahora su imagen ante mí, como en los primeros días de su alegría y de su dicha! ¡Ah, espléndida y, sin embargo, fantástica belleza! ¡Oh sílfide entre los arbustos de Arnheim! ¡Oh náyade entre sus fuentes! Y entonces, entonces todo es misterio y terror, y una historia que no debe ser relatada. La enfermedad -una enfermedad fatal- cayó sobre ella como el simún, y mientras yo la observaba, el espíritu de la transformación la arrasó, penetrando en su mente, en sus hábitos y en su carácter, y de la manera más sutil y terrible llegó a perturbar su identidad. ¡Ay! El destructor iba y venía, y la víctima, ¿dónde estaba? Yo no la conocía o, por lo menos, ya no la reconocía como Berenice.

Entre la numerosa serie de enfermedades provocadas por la primera y fatal, que ocasionó una revolución tan horrible en el ser moral y físico de mi prima, debe mencionarse como la más afligente y obstinada una especie de epilepsia que terminaba no rara vez en catalepsia, estado muy semejante a la disolución efectiva y de la cual su manera de recobrarse era, en muchos casos, brusca y repentina. Entretanto, mi propia enfermedad -pues me han dicho que no debo darle otro nombre-, mi propia enfermedad, digo, crecía rápidamente, asumiendo, por último, un carácter monomaniaco de una especie nueva y extraordinaria, que ganaba cada vez más vigor y, al fin, obtuvo sobre mí un incomprensible ascendiente. Esta monomanía, si así debo llamarla, consistía en una irritabilidad morbosa de esas propiedades de la mente que la ciencia psicológica designa con la palabra atención. Es más que probable que no se me entienda; pero temo, en verdad, que no haya manera posible de proporcionar a la inteligencia del lector corriente una idea adecuada de esa nerviosa intensidad del interés con que en mi caso las facultades de meditación (por no emplear términos técnicos) actuaban y se sumían en la contemplación de los objetos del universo, aun de los más comunes.

Reflexionar largas horas, infatigable, con la atención clavada en alguna nota trivial, al margen de un libro o en su tipografía; pasar la mayor parte de un día de verano absorto en una sombra extraña que caía oblicuamente sobre el tapiz o sobre la puerta; perderme durante toda una noche en la observación de la tranquila llama de una lámpara o los rescoldos del fuego; soñar días enteros con el perfume de una flor; repetir monótonamente alguna palabra común hasta que el sonido, por obra de la frecuente repetición, dejaba de suscitar idea alguna en la mente; perder todo sentido de movimiento o de existencia física gracias a una absoluta y obstinada quietud, largo tiempo prolongada; tales eran algunas de las extravagancias más comunes y menos perniciosas provocadas por un estado de las facultades mentales, no único, por cierto, pero sí capaz de desafiar todo análisis o explicación.

Mas no se me entienda mal. La excesiva, intensa y mórbida atención así excitada por objetos triviales en sí mismos no debe confundirse con la tendencia a la meditación, común a todos los hombres, y que se da especialmente en las personas de imaginación ardiente. Tampoco era, como pudo suponerse al principio, un estado agudo o una exageración de esa tendencia, sino primaria y esencialmente distinta, diferente. En un caso, el soñador o el fanático, interesado en un objeto habitualmente no trivial, lo pierde de vista poco a poco en una multitud de deducciones y sugerencias que de él proceden, hasta que, al final de un ensueño colmado a menudo de voluptuosidad, el incitamentum o primera causa de sus meditaciones desaparece en un completo olvido. En mi caso, el objeto primario era invariablemente trivial, aunque asumiera, a través del intermedio de mi visión perturbada, una importancia refleja, irreal. Pocas deducciones, si es que aparecía alguna, surgían, y esas pocas retornaban tercamente al objeto original como a su centro. Las meditaciones nunca eran placenteras, y al cabo del ensueño, la primera causa, lejos de estar fuera de vista, había alcanzado ese interés sobrenaturalmente exagerado que constituía el rasgo dominante del mal. En una palabra: las facultades mentales más ejercidas en mi caso eran, como ya lo he dicho, las de la atención, mientras en el soñador son las de la especulación.

Mis libros, en esa época, si no servían en realidad para irritar el trastorno, participaban ampliamente, como se comprenderá, por su naturaleza imaginativa e inconexa, de las características peculiares del trastorno mismo. Puedo recordar, entre otros, el tratado del noble italiano Coelius Secundus Curio De Amplitudine Beati Regni dei, la gran obra de San Agustín La ciudad de Dios, y la de Tertuliano, De Carne Christi, cuya paradójica sentencia: Mortuus est Dei filius; credibili est quia ineptum est: et sepultus resurrexit; certum est quia impossibili est, ocupó mi tiempo íntegro durante muchas semanas de laboriosa e inútil investigación.

Se verá, pues, que, arrancada de su equilibrio sólo por cosas triviales, mi razón semejaba a ese risco marino del cual habla Ptolomeo Hefestión, que resistía firme los ataques de la violencia humana y la feroz furia de las aguas y los vientos, pero temblaba al contacto de la flor llamada asfódelo. Y aunque para un observador descuidado pueda parecer fuera de duda que la alteración producida en la condición moral de Berenice por su desventurada enfermedad me brindaría muchos objetos para el ejercicio de esa intensa y anormal meditación, cuya naturaleza me ha costado cierto trabajo explicar, en modo alguno era éste el caso. En los intervalos lúcidos de mi mal, su calamidad me daba pena, y, muy conmovido por la ruina total de su hermosa y dulce vida, no dejaba de meditar con frecuencia, amargamente, en los prodigiosos medios por los cuales había llegado a producirse una revolución tan súbita y extraña. Pero estas reflexiones no participaban de la idiosincrasia de mi enfermedad, y eran semejantes a las que, en similares circunstancias, podían presentarse en el común de los hombres. Fiel a su propio carácter, mi trastorno se gozaba en los cambios menos importantes, pero más llamativos, operados en la constitución física de Berenice, en la singular y espantosa distorsión de su identidad personal.

En los días más brillantes de su belleza incomparable, seguramente no la amé. En la extraña anomalía de mi existencia, los sentimientos en mí nunca venían del corazón, y las pasiones siempre venían de la inteligencia. A través del alba gris, en las sombras entrelazadas del bosque a mediodía y en el silencio de mi biblioteca por la noche, su imagen había flotado ante mis ojos y yo la había visto, no como una Berenice viva, palpitante, sino como la Berenice de un sueño; no como una moradora de la tierra, terrenal, sino como su abstracción; no como una cosa para admirar, sino para analizar; no como un objeto de amor, sino como el tema de una especulación tan abstrusa cuanto inconexa. Y ahora, ahora temblaba en su presencia y palidecía cuando se acercaba; sin embargo, lamentando amargamente su decadencia y su ruina, recordé que me había amado largo tiempo, y, en un mal momento, le hablé de matrimonio.

Y al fin se acercaba la fecha de nuestras nupcias cuando, una tarde de invierno -en uno de estos días intempestivamente cálidos, serenos y brumosos que son la nodriza de la hermosa Alción-, me senté, creyéndome solo, en el gabinete interior de la biblioteca. Pero alzando los ojos vi, ante mí, a Berenice.

¿Fue mi imaginación excitada, la influencia de la atmósfera brumosa, la luz incierta, crepuscular del aposento, o los grises vestidos que envolvían su figura, los que le dieron un contorno tan vacilante e indefinido? No sabría decirlo. No profirió una palabra y yo por nada del mundo hubiera sido capaz de pronunciar una sílaba. Un escalofrío helado recorrió mi cuerpo; me oprimió una sensación de intolerable ansiedad; una curiosidad devoradora invadió mi alma y, reclinándome en el asiento, permanecí un instante sin respirar, inmóvil, con los ojos clavados en su persona. ¡Ay! Su delgadez era excesiva, y ni un vestigio del ser primitivo asomaba en una sola línea del contorno. Mis ardorosas miradas cayeron, por fin, en su rostro.

La frente era alta, muy pálida, singularmente plácida; y el que en un tiempo fuera cabello de azabache caía parcialmente sobre ella sombreando las hundidas sienes con innumerables rizos, ahora de un rubio reluciente, que por su matiz fantástico discordaban por completo con la melancolía dominante de su rostro. Sus ojos no tenían vida ni brillo y parecían sin pupilas, y esquivé involuntariamente su mirada vidriosa para contemplar los labios, finos y contraídos. Se entreabrieron, y en una sonrisa de expresión peculiar los dientes de la cambiada Berenice se revelaron lentamente a mis ojos. ¡Ojalá nunca los hubiera visto o, después de verlos, hubiese muerto!

El golpe de una puerta al cerrarse me distrajo y, alzando la vista, vi que mi prima había salido del aposento. Pero del desordenado aposento de mi mente, ¡ay!, no había salido ni se apartaría el blanco y horrible espectro de los dientes. Ni un punto en su superficie, ni una sombra en el esmalte, ni una melladura en el borde hubo en esa pasajera sonrisa que no se grabara a fuego en mi memoria. Los vi entonces con más claridad que un momento antes. ¡Los dientes! ¡Los dientes! Estaban aquí y allí y en todas partes, visibles y palpables, ante mí; largos, estrechos, blanquísimos, con los pálidos labios contrayéndose a su alrededor, como en el momento mismo en que habían empezado a distenderse. Entonces sobrevino toda la furia de mi monomanía y luché en vano contra su extraña e irresistible influencia. Entre los múltiples objetos del mundo exterior no tenía pensamientos sino para los dientes. Los ansiaba con un deseo frenético. Todos los otros asuntos y todos los diferentes intereses se absorbieron en una sola contemplación. Ellos, ellos eran los únicos presentes a mi mirada mental, y en su insustituible individualidad llegaron a ser la esencia de mi vida intelectual. Los observé a todas las luces. Les hice adoptar todas las actitudes. Examiné sus características. Estudié sus peculiaridades. Medité sobre su conformación. Reflexioné sobre el cambio de su naturaleza. Me estremecía al asignarles en imaginación un poder sensible y consciente, y aun, sin la ayuda de los labios, una capacidad de expresión moral. Se ha dicho bien de mademoiselle Sallé que tous ses pas étaient des sentiments, y de Berenice yo creía con la mayor seriedad que toutes ses dents étaient des idées. Des idées! ¡Ah, éste fue el insensato pensamiento que me destruyó! Des idées! ¡Ah, por eso era que los codiciaba tan locamente! Sentí que sólo su posesión podía devolverme la paz, restituyéndome a la razón.

Y la tarde cayó sobre mí, y vino la oscuridad, duró y se fue, y amaneció el nuevo día, y las brumas de una segunda noche se acumularon y yo seguía inmóvil, sentado en aquel aposento solitario; y seguí sumido en la meditación, y el fantasma de los dientes mantenía su terrible ascendiente como si, con la claridad más viva y más espantosa, flotara entre las cambiantes luces y sombras del recinto. Al fin, irrumpió en mis sueños un grito como de horror y consternación, y luego, tras una pausa, el sonido de turbadas voces, mezcladas con sordos lamentos de dolor y pena. Me levanté de mi asiento y, abriendo de par en par una de las puertas de la biblioteca, vi en la antecámara a una criada deshecha en lágrimas, quien me dijo que Berenice ya no existía. Había tenido un acceso de epilepsia por la mañana temprano, y ahora, al caer la noche, la tumba estaba dispuesta para su ocupante y terminados los preparativos del entierro.

Me encontré sentado en la biblioteca y de nuevo solo. Me parecía que acababa de despertar de un sueño confuso y excitante. Sabía que era medianoche y que desde la puesta del sol Berenice estaba enterrada. Pero del melancólico periodo intermedio no tenía conocimiento real o, por lo menos, definido. Sin embargo, su recuerdo estaba repleto de horror, horror más horrible por lo vago, terror más terrible por su ambigüedad. Era una página atroz en la historia de mi existencia, escrita toda con recuerdos oscuros, espantosos, ininteligibles. Luché por descifrarlos, pero en vano, mientras una y otra vez, como el espíritu de un sonido ausente, un agudo y penetrante grito de mujer parecía sonar en mis oídos. Yo había hecho algo. ¿Qué era? Me lo pregunté a mí mismo en voz alta, y los susurrantes ecos del aposento me respondieron: ¿Qué era?

En la mesa, a mi lado, ardía una lámpara, y había junto a ella una cajita. No tenía nada de notable, y la había visto a menudo, pues era propiedad del médico de la familia. Pero, ¿cómo había llegado allí, a mi mesa, y por qué me estremecí al mirarla? Eran cosas que no merecían ser tenidas en cuenta, y mis ojos cayeron, al fin, en las abiertas páginas de un libro y en una frase subrayaba: Dicebant mihi sodales si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas. ¿Por qué, pues, al leerlas se me erizaron los cabellos y la sangre se congeló en mis venas?

Entonces sonó un ligero golpe en la puerta de la biblioteca; pálido como un habitante de la tumba, entró un criado de puntillas. Había en sus ojos un violento terror y me habló con voz trémula, ronca, ahogada. ¿Qué dijo? Oí algunas frases entrecortadas. Hablaba de un salvaje grito que había turbado el silencio de la noche, de la servidumbre reunida para buscar el origen del sonido, y su voz cobró un tono espeluznante, nítido, cuando me habló, susurrando, de una tumba violada, de un cadáver desfigurado, sin mortaja y que aún respiraba, aún palpitaba, aún vivía.

Señaló mis ropas: estaban manchadas de barro, de sangre coagulada. No dije nada; me tomó suavemente la mano: tenía manchas de uñas humanas. Dirigió mi atención a un objeto que había contra la pared; lo miré durante unos minutos: era una pala. Con un alarido salté hasta la mesa y me apoderé de la caja. Pero no pude abrirla, y en mi temblor se me deslizó de la mano, y cayó pesadamente, y se hizo añicos; y de entre ellos, entrechocándose, rodaron algunos instrumentos de cirugía dental, mezclados con treinta y dos objetos pequeños, blancos, marfilinos, que se desparramaron por el piso.

FIN

domingo, 1 de marzo de 2009

Elogio al infierno de una dama -Bukowski-

Algunos perros que duermen a la noche
deben soñar con huesos
y yo recuerdo tus huesos
en la carne
o mejor
en ese vestido verde oscuro
y esos zapatos de taco alto
negros y brillantes,
siempre puteabas cuando
estabas borracha,
tu pelo se resbalaba de tu oreja
querías explotar
de lo que te atrapaba:
recuerdos podridos de un
pasado
podrido, y
al final
escapaste
muriendo,
dejándome con el
presente
podrido.
hace 28 años
que estás muerta
y sin embargo te recuerdo
mejor que a cualquiera
de las otras
fuiste la única
que comprendió
la futilidad del
arreglo con la vida.
las demás sólo estaban
incómodas con
segmentos triviales,
criticaban
absurdamente
lo pequeñito:
Jane, te
asesinaron por saber
demasiado.
vaya un trago
por tus huesos
con los que
este viejo perro
sueña
todavía.

Confesión - Bukowski-

Esperando la muerte
Como un gato
Que va a saltar sobre
La cama

Me da tanta pena
Mi mujer

Ella verá este
Cuerpo
Blanco
Rígido
Lo zarandeará una vez y luego
Quizás
Otra:

!Hank!

Hank no
Responderá.

No es mi muerte lo que
Me preocupa, es mi mujer
Que se quedará con este
Montón de
Nada.

Quiero que
Sepa
Sin embargo
Que todas las noches
Que he dormido a su lado

Incluso las discusiones
Más inútiles
Siempre fueron
Algo espléndido

Y esas difíciles
Palabras
Que siempre temí
Decir
Pueden decirse
Ahora:

Te amo.